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Mejor Colombia

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Semana Podcast

Un pódcast de historias regionales para conocer el país de una manera distinta. Música, deportes, ciencia, arte, turismo, gastronomía. Descubra la magia de nuestro territorio.

25 - Reciclar para salvar al mundo. Esta es la historia de Marce La Recicladora, una influencer con propósito.
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  • 25 - Reciclar para salvar al mundo. Esta es la historia de Marce La Recicladora, una influencer con propósito.

    Marce recorre todo el país generando conciencia y educando por medio de su contenido sobre el reciclaje. Fue reconocida en 2020 como una de las 10 líderes de cambio más influyentes de Colombia. Su vida, anécdotas y fracasos escúchelos aquí.

    Thu, 01 Dec 2022
  • 24 - Flor de Inírida: símbolo de desarrollo económico sostenible en Guainía

    Parece mentira que Rubén Darío Carianil muestre con orgullo un cultivo de 10 hectáreas de la flor de Inírida, con ejemplares que llegarán a floristerías y ferias en Bogotá o el extranjero, pues a finales de los noventa las autoridades ambientales prohibieron su comercialización porque estaba a punto de desaparecer.

    Esta particular flor crece únicamente en los suelos arenosos y ácidos del Guainía y es la protagonista de una nueva entrega del podcast Mejor Colombia, un programa que recoge historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país.

    A finales del siglo pasado su extracción indiscriminada la tenía al borde de desaparecer. Pero gracias a Ruben Darío, un maestro guainiano del pueblo Curripaco, y Martha Toledo, una filósofa y ecologista bogotana, lograron lo que hace 15 años se creía imposible: cultivar la flor de Inírida. Descubrieron que una de las razones que dificultaba su cultivo era la ausencia del colibrí, su polinizador. “El colibrí vive en el bosque primario. Y como lo habían tumbado ya no había. Entonces como organización nos obsesionamos para mantener este ecosistema porque es único en el mundo”, explica Toledo.

    Y lo lograron, gracias a la perseverancia de Martha, la experiencia de Rubén en la selva y el apoyo de expertos como Mateo Fernández, un biólogo que les ayudó a investigar todo sobre la flor y sus ecosistemas. “Somos los pioneros. Ninguno tenía idea de cómo sembrarla. Yo estoy feliz porque lo bonito es que usted sembró, y ya queda toda la vida, para mis hijos y nietos”, agrega Carianil.

    Sin embargo, hay algo más profundo en el proyecto que lograron Toledo y Carianil: no solo recuperaron a la flor sino que la han convertido en un negocio, pero no cualquier negocio. Es un desarrollo productivo que genera empleo para indígenas en la región, protege y recupera ecosistemas y exporta el símbolo de la región. “Ahora, nuestra tarea es producir sostenible y ecológicamente. Estamos demostrando que la región es productiva. Es que en estos territorios estamos condenados a que si no es el extractivismo es el no tocar. ¿Entonces se trata de no pisar el pasto? Al contrario, se trata de pisarlo, de saborearlo, pero de saber cómo se mantiene”, explica Toledo.

    Fri, 02 Sep 2022
  • 23 - El renacimiento de un instrumento tradicional llanero

    Gracias al ingenio de un casanareño, que le hizo algunas modificaciones al instrumento original, la cirrampla pasó del olvido a despertar de nuevo el interés de los músicos de la región. Hoy, unos 80 niños aprenden a tocarlo para enriquecer el folclor llanero.

    Sobre la historia de la cirrampla hay poca información. No existen datos exactos sobre el momento en que este instrumento llegó a las manos de los músicos de los Llanos Orientales colombianos. Lo que sí es claro es que se tocaba, incluso, antes de que llegaran el arpa, la bandola y el cuatro. Hoy, no muchos lo han escuchado ni lo han visto tocar en vivo. De hecho, el músico llanero Jorge Albarracín, que era una de las últimas personas del mundo que sabía interpretar la cirrampla tradicional, murió el año pasado.

    “Es un instrumento muy antiguo. No tenía caja de resonancia: era la boca. El intérprete se llevaba a la boca una de las puntas del instrumento y con los dedos tocaba la cuerda”, explica Edwin Eregua, un músico llanero, en el nuevo episodio de Mejor Colombia, un pódcast que recoge historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país.

    Para entender la escasez de intérpretes de la cirrampla original, es necesario ir a la historia del género. Se habla de una fuerte influencia de andaluces, que trajeron sus cantos, y de españoles, con la guitarra. Según explica Hugo Mantilla, investigador de la cultura llanera, también se sumaron el violín, la bandola y el triple, que por muchos años predominaron en el joropo.

    “Luego apareció el arpa, que se empezó a arraigar en la década del cincuenta, más o menos. Llegaron unos artistas venezolanos que la tocaban. Cuando llegó el arpa, la gente empezó a aprender y se volvió una locura. Se generalizó y desplazó varios instrumentos”, agrega Mantilla. Dentro de esos instrumentos, estuvo la cirrampla tradicional.

    A Avelino Moreno, un artesano araucano, le daba curiosidad conocer una cirrampla en persona. Como nunca lo logró, decidió armar una a su manera: ya no había boca como caja de resonancia, sino un totumo. De a poco, comenzó a tocar su instrumento renovado por los pueblos de la región: “En las esquinas la gente me fue escuchando. Hasta que la subimos a la tarima. Y pude llevarla al Festival Internacional de Joropo, en Villavicencio. Mi trabajo fue darla a conocer”.

    El hecho de que esta cirrampla sea más fácil de tocar, en comparación con la tradicional, está despertando el interés de los músicos llaneros, y está generando un verdadero renacimiento del instrumento.

    De ese resurgimiento, nació la idea del alcalde de Tame, Arauca, de crear un curso de enseñanza en la casa cultural el Makaguán, para lo que contactó a Edwin Eregua, quien aceptó encantado. Hoy, tiene 80 estudiantes.

    Tue, 19 Jul 2022
  • 22 - La maestra que fundó un pueblo entero para sus estudiantes

    Casi que fue error o casualidad. Cuando a Luz Nellis Camacho le preguntaron cuál escuela elegiría para enseñar por primera vez, luego de graduarse de la escuela normal de Cartagena, ella se inclinó por Santa Fe de Icotea. Lo que ella no tenía tan claro es que para llegar allí no había transporte y tendría que caminar dos horas desde el casco urbano de María La Baja, en Bolívar.

    Arroyo El Medio, la comunidad donde estaba el colegio, no era precisamente un pueblo, sino un conjunto de fincas desperdigadas. Su sorpresa fue mayor cuando a su primera clase apenas asistieron cuatro estudiantes. “¿Qué está pasando? ¿Será porque se fueron los maestros? Decidí averiguar con los niños que llegaron, pero no me querían hablar. Era todo difícil porque tenían miedo de hablar”, explica Luz Nellis en un nuevo episodio de Mejor Colombia, un pódcast que recoge historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país.

    Como primer gran reto, Luz Nellis se dio a la tarea de convocar a todos los estudiantes ausentes. Se ideó una fiesta de amor y amistad, hicieron una olla comunitaria y repartieron torta. Reunió en total a 28 estudiantes y por fin pudo hablar en confianza con la comunidad para entender el gran problema.

    Las familias ausentes se habían ido huyendo de la guerra y los pocos presentes tenían los mismos planes. Muchos de ellos venían desplazados de un territorio cercano al Carmen de Bolívar, por lo que llegaron a la vereda Santa Fe de Icotea y luego a Arroyo El Medio, de dónde ahora empezaban a partir.

    No pasó mucho tiempo para que Luz Nellis entendiera las razones de la comunidad: “Nos tocó duro porque en las noches pasaban cosas. Y, cuando llegábamos en la mañana, veíamos la tristeza de las familias: que se llevaron a un hijo, que se llevaron a mi hermano… Eso lo vi en el colegio”, cuenta.

    Luz Nellis entendió que la comunidad tenía que buscar un nuevo lugar, pero ella quería que fuera uno donde pudieran continuar su vida de campesinos. Lo primero que hizo fue conseguir un terreno, cerca al corregimiento de Matuya, a donde pudiera trasladar el colegio. Usó la mitad de su sueldo, pidió ayuda a conocidos y convenció con mucho esfuerzo al dueño del terreno para que le vendiera, aunque fuera un pedazo de esa tierra en la que se alzaba un enorme árbol de mango. Lo logró.

    El reto no paraba allí: aún hacía falta un espacio para la comunidad. Esta es la historia de cómo lo hizo.

    Wed, 15 Jun 2022
  • 21 - La mujer que renació gracias a los murales y a su amor por el Pacífico

    Fue el amor lo que impulsó a Gloria Tabares a escaparse a Jurubirá, un corregimiento de Nuquí encerrado entre el océano Pacífico y la impenetrable selva chocoana. Siendo muy joven, dejó su pueblo, El Retiro (Antioquia), en busca de nuevas aventuras y del amor de Javier Montoya, hermano de una de sus compañeras de colegio. Ambos armaron su vida alrededor de Morromico, una playa que en ese entonces era desierta.

    “Cuando llegas por primera vez, hay algo que se mete en tu sangre y en tu espíritu; es una sensación de plenitud, de grandeza. Ese bosque y el sonido que tiene. La selva es muy especial. Y hay un olor de esto en las mañanas”, dice Tabares, en Mejor Colombia, un pódcast que recoge historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país.

    De a poco, Gloria y Javier se hicieron amigos de la comunidad y empezaron a construir su hogar. Pescaban y sembraban banano y yuca, mientras disfrutaban de una vida austera pero plena. Prosperaron, tuvieron tres hijos y decidieron ofrecer, lentamente, hospedaje. Así nació el hotel Morromico y así se convirtieron en pioneros del ecoturismo en la región. Era una época en que los avistamientos de ballenas no eran tan conocidos.

    Como en tantos otros territorios de Colombia, la guerra llegó a Jurubirá. Gloria y Javier, tras 20 años de un mundo de completa serenidad, tuvieron que huir porque aparecieron hombres armados, tanto guerrilleros como paramilitares. “Don Javier, tarde o temprano usted va a estar en cualquiera de los dos bandos”, le advirtieron..

    Tras un año de refugiarse en Medellín, la pareja decidió regresar a reconstruir su vida en Morromico. Parecía que todo iba bien, pero el 5 de junio de 2017, a Javier Montoya lo asesinaron.

    Ante la profunda tristeza de Gloria, su hija Melissa le preguntó qué podía hacer para ayudarla a volver a sonreír. Gloria le respondió que quería pintar. Con un par de amigas grafiteras de Melissa, armaron el colectivo Florece.

    Ya ha pintado murales en Jurubirá, Arusí, Tribugá, Nuquí y en la comunidad indígena Villanueva. Gracias a las gestiones de Melissa, han traído artistas de todo el país y han conseguido patrocinadores como Pintuco y el Fondo Nacional de Turismo. Gloria calcula que ya han hecho más de 50 murales. Uno de ellos, una ballena junto con su ballenato, que es un recuerdo imborrable que tiene de su esposo.

    “Un día estábamos aquí viendo el mar cuando, de pronto, vimos que en el fondo de la bahía había como una cosa grande (...). Salió un chorro gigante y Javier y yo empezamos a gritar como locos de la felicidad. ¡La ballena, la ballena! (...). Iba con un ballenatico, que de pronto salió a respirar. No te imaginas la sensación cuando ves una ballena por primera vez. Esto es una felicidad que se queda para siempre”, recuerda.

    La idea no es solo fomentar el cuidado y el amor por la comunidad, sino por la biodiversidad de la región. Además, los murales forman una ruta turística que busca beneficiar económicamente a las comunidades.

    “Lloré mucho esta tragedia, hasta que Florece llegó. Me puse a pensar que yo sólo debería agradecerle a Dios por los regalos que me dio. Me dio un buen hombre, me dio unos hijos y me dio esta esta vida aquí, que ha sido bonita. Y mi espíritu ha vuelto, y digo que he vuelto a florecer. Florecí yo y floreció mi casa”.

    Thu, 02 Jun 2022
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