La Senda Antigua

La razón por la que tan pocos de nosotros experimentamos realmente los beneficios del nuevo pacto, es porque no estamos andando en el camino que Dios ha provisto. Rompemos el pacto de luz y vida. Nos salimos de los límites de este pacto con nuestras mentes, nuestros corazones, nuestros deseos, planes y acciones. Transgredimos la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús, la ley de la fe viva, y así experimentamos poco de las bendiciones y beneficios que sólo se encuentran en el pacto.

Por un lado, caminar en Cristo (el Camino) implica reconocer y negar continuamente los movimientos, deseos, perspectivas, y pasiones de una naturaleza, para que no se le dé lugar en nosotros para vivir, crecer y reinar; y por otro lado, implica reconocer, seguir, someterse, obedecer, amar, y abrazar continuamente la aparición de la Semilla o gracia de Cristo en nosotros, para que ésta encuentre buena tierra y produzca su propio crecimiento, 30, 60, o 100 por uno.

Hay una Semilla de vida nueva dada al hombre, pero hay también un CAMINO nuevo y vivo, creado por Dios, abierto por Jesucristo, enseñado por el Espíritu, por el que el hombre puede ser cambiado por la vida de esa Semilla, y convertirse así en algo diferente de lo que es. El cristianismo es una vida nueva que se experimenta caminando por un camino nuevo y vivo.

Seguir a Cristo significa seguirle FUERA de algo. No es seguirle sin rumbo, vagando aquí y allá. No, seguir a Cristo implica un camino muy concreto, un viaje muy específico. En el principio, el hombre cayó FUERA de algo, y también cayó DENTRO de algo. Por eso, seguir a Cristo implica un éxodo muy particular, e implica seguir a Cristo FUERA de aquello en lo que el hombre cayó, en el camino nuevo y vivo que Él nos ha abierto.

La gracia tiene una semilla en el hombre, una semilla que es sembrada en el corazón por Aquel que está "lleno de gracia y de verdad". Y cuando nuestra voluntad se une a la enseñanza y a la obra de la gracia, entonces encuentra un lugar para crecer, gana poder en nosotros, gana inercia, encuentra un hogar en nuestros corazones y mentes, y su poder aumenta hasta "reinar por medio de la justicia para vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor."

La gracia no viene al hombre como un enorme ejército con estandartes, destruyendo inmediatamente toda resistencia en su camino. No, el don de la gracia es como un Rey que Dios pone en medio de sus enemigos (Sal. 110). Él unge a Su rey, lo coloca en la tierra de nuestro corazón, y luego da a todos los que sienten la plaga de su propio corazón la oportunidad de unirse a Él en el día de Su poder. Así es como se recibe la gracia, y cómo la gracia llega a tener poder sobre el estado natural del hombre.

¿Qué es el evangelio de la gracia? Es la verdad, la realidad, el milagro de que Dios ha provisto tal poder, una semilla viva o don de Su propia luz, vida o Espíritu, que puede cambiar la condición del hombre y cambiar la eternidad del hombre al cambiar su naturaleza. Es un don de la vida de Dios que, cuando no se resiste, puede producir el nacimiento, el crecimiento y el reino de la vida justa de Dios en el alma del hombre.

No podemos deshacernos de la ley hasta que nos despojemos de la naturaleza que es condenada por la ley. No podemos decir que estamos muertos a la ley hasta que estemos muertos al pecado que es condenado por la ley. Mientras estemos viviendo en la carne, encontrando nuestra vida y corazón y hogar en la carne, entonces todavía estaremos atados a la condenación que le corresponde a la carne.

La ley no empezó con Moisés. La ley empezó con Dios, y empezó como algo bueno, perfecto, y maravilloso. Antes de la caída, la vida y la naturaleza de Dios ERA la ley que gobernaba todas las cosas creadas. No estoy hablando de reglas o mandamientos hablados o escritos. Me refiero a que la vida misma de Dios—quién era Dios, cómo era, Su propia naturaleza, vida y luz—esto era la verdad o realidad constante que nunca cambiaba, y que actuaba sobre toda Su creación, llevándola a una conformidad consigo mismo, a un estado vivo de gloria.

El evangelio viene con poder, y ese poder comienza con luz. Y es porque no amamos esta luz ni nos volvemos ante sus reprensiones, es porque ponemos excusas para seguir nuestra propia voluntad, y nos justificamos contra nuestras propias convicciones secretas, que conocemos tan poco de su poder. Así aplastamos el grano de mostaza cuando apenas empieza a brotar. Somos infieles con poco, y por eso raramente experimentamos más.

Casi todos los cristianos se apresuran a decir que su creencia en el evangelio los salvará cuando mueran. Pero, ¿por qué estamos tan seguros de que Dios nos salvará en el futuro, si nos negamos a dejar que nos salve de nuestro pecado, orgullo y lujuria AHORA MISMO? Quiero decir, ¿por qué debemos esperar que Dios nos salve en la próxima vida, si no dejamos que nos salve en esta?

El mensaje del evangelio puede ser descrito en palabras y creído como palabras; pero lo descrito por estas palabras es una experiencia de poder. Pablo dice: “No me avergüenzo del evangelio de Cristo, porque es PODER de Dios.” ¿Qué sabes realmente acerca de la obra de este poderoso evangelio? ¿Ha cambiado el evangelio tu corazón, ha limpiado tu alma, te ha dado un nuevo Espíritu, con nuevos deseos, nuevo entendimiento y una nueva voluntad? ¿Está restaurando en ti la imagen y semejanza de Dios que el hombre perdió en el principio?

Es porque la EXPERIENCIA de la transformación interior es tan ajena al cristianismo de nuestros días, que tantas personas se confunden y se desaniman cuando seguir a Cristo los lleva rápidamente al desierto. La última vez mencioné que el Espíritu de Dios lleva al hombre a un lugar al que generalmente no quiere ir, y por eso muchos no se aferran a Él. Lo que quise decir es que, contrario a nuestros deseos y expectativas, el Señor lleva a todos los verdaderos seguidores al desierto, donde se les hace ver y sentir lo que realmente hay en su corazón, y se les da la oportunidad de rendir cada pedacito del yo y del pecado a la cruz.

Por un lado, el hombre encuentra en sí mismo una fuerza increíble de deseo engañoso que surge de su carne y que se dirige al mundo. Pero TAMBIÉN encuentra en sí mismo el resplandor, el movimiento, la convicción y la invitación de otro deseo o voluntad que procede de una fuente muy distinta. Y así como caminar en la carne significa seguir y obedecer la voluntad de la carne que viene del yo y hace todo por el yo; así caminar en el Espíritu significa seguir y obedecer la voluntad del Espíritu, que viene de Dios y hace todo por Dios.

No hay duda de que el crecimiento espiritual es una obra del Espíritu, pero hay muchas maneras en las que podemos trabajar en contra del Espíritu, y quizás las más comunes tienen que ver con los CIENTOS de “pequeñas maneras” en que nuestro corazón o voluntad no se somete humilde y sinceramente, y obedece la medida de entendimiento espiritual que actualmente tenemos. Quiero decir, las diversas maneras en las que nuestra obediencia no va de la mano con nuestro conocimiento.

Por extraño que parezca, uno de los mayores obstáculos para conocer verdaderamente al Señor puede ser nuestra familiaridad con las palabras bíblicas y los conceptos espirituales. Hubo un tiempo en que el Señor tuvo que mostrarme que, aunque estaba muy familiarizado con las palabras bíblicas, era un extraño a las realidades espirituales que estas palabras describían o señalaban.

Sólo hay DOS NACIMIENTOS en consideración, en toda la realidad de lo que se llama predestinación. Y cuando los hombres no han visto y sentido estos dos nacimientos en sí mismos, siempre basan la doctrina de la predestinación en otra cosa. Pero siempre ha habido un solo nacimiento rechazado o reprobado, que es el primer nacimiento, la vida o naturaleza del hombre carnal caído, que se apartó y murió a la vida de Dios. Y siempre ha habido un solo nacimiento escogido o aceptado, que es el nuevo nacimiento, o el nacimiento de la vida de Cristo en el alma.

Me gustaría pedirte que te detengas un momento y consideres, ¿por qué te parece tan extraño que Dios pueda vencer a Sus enemigos en el hombre, y establecer Su reino de justicia en el corazón? Es decir, ¿cuál es el fundamento de tu argumento? ¿Es sólo que aún no lo has experimentado en ti mismo? ¿Es ésta una buena razón para no creer en esa posibilidad? No quiero ofenderte de ninguna manera, pero quiero exponer en ti lo mismo que he visto en mí, a saber, un deseo feo de que la libertad del pecado sea imposible, para que la altura de la barra pueda permanecer baja, y yo pueda justificarme y consolarme en mi condición actual.

La Escritura parece demostrar claramente que a cada hombre se le ofrece un don, medida o semilla de luz o gracia en su alma, que testifica a favor de Dios, testifica contra todo pecado, mundanalidad, carne y maldad, y les invita a reconciliarse con Dios a través del poder y el mérito de Jesucristo. No creo que esto sea algo que venga sólo a ciertas personas desde fuera, sino más bien algo que (a veces) testifica en todas las personas desde dentro, y es (como en las parábolas) un tesoro escondido en un campo, una perla perdida, o una semilla sembrada y disponible en todo tipo de tierra, incluso en el duro camino que no la recibe.

La cruz diaria de Cristo es el poder de Dios manifestado en ti para exponer, juzgar y quitar todo lo que está caído de Su gloria. No es sólo negación al yo, o dejar de hacer el mal; es negación al yo Y una completa sujeción y rendición al poder creador, o al poder vivificador de Cristo. La falta de vivir de esta manera, interior y continuamente ante Dios, es lo que les impide a los hombres y a las mujeres verdaderamente experimentar el beneficio de todo lo que Cristo hizo externamente por ellos.

Cristo vino A nosotros, y murió POR nosotros, pero no murió EN LUGAR de nosotros. Él no murió en la cruz para que nosotros no tengamos que morir; sino para que nosotros (al participar de Su Espíritu, gracia y poder) también PODAMOS morir a todo lo que es contrario a Él. Él vino, obedeció al Padre, sufrió la cruz, resucitó y ascendió al cielo, para que nosotros lo sigamos en exactamente el mismo camino, en exactamente el mismo proceso, habiendo recibido el don de Su Espíritu vencedor como nuestra luz, vida y líder.

Es muy fácil crear Ismaeles y llamarlos la obra de Dios, el milagro de Dios, el hijo de Dios, la bendición de Dios, el ministerio de Dios, la promesa de Dios. Pero si lo que edificamos no es edificado por Dios, si no es el incremento de Su Semilla escogida en nosotros y a través de nosotros, entonces tarde o temprano tendremos que encarar el hecho de que hemos trabajado en vano. Si lo que hemos creado y amado, y a lo que nos hemos dedicado no brotó de la vida misma del Hijo prometido, entonces hemos tomado una promesa verdadera y la hemos aplicado al nacimiento equivocado.

Sé que los cristianos generalmente hablan de las “venidas” de Cristo que están fuera de nosotros. Es decir, hablan principalmente de la venida de Cristo en el pasado como Hombre, o de la venida de Cristo en el futuro en juicio. Y no tengo ningún deseo de restar valor a ninguna de estas dos realidades tan importantes. Pero puedo decirte que lo que tú y yo realmente necesitamos AHORA MISMO, es un tipo de “venida” que tenga lugar en nuestros propios corazones, justo donde se encuentra la enfermedad, justo donde se ha abierto la brecha.

La verdadera fe es un don de Dios. Es una especie de percepción y recepción interior de la Verdad viva, junto con todas las creencias, hambres, respuestas y acciones subsecuentes (por ejemplo, el deseo espiritual, o alimentarse, aferrarse, seguir y crecer espiritualmente) que son creadas e impulsadas por ella, la cual mantiene al alma en la senda de redención, en la luz, bajo la cruz, en el camino de purificación.

Muchas personas erróneamente aplican la obra externa de Cristo a sí mismos, aun cuando sus corazones y vidas permanecen en un estado de gran enemistad contra Él. Esto ha hecho que algunos digan “Dios ha hecho todo por mí,” incluso mientras se han resistido y han rechazado lo que Él desea hacer en ellos. Le ha dado lugar a la carne para continuar viviendo, reinando, pensando, deseando, corriendo y amando el mundo, todo bajo el manto de la “obra consumada de Cristo.”

Después de comer (y convertirse en) una mentira, el hombre se separó o se desconectó de la vida y luz de Dios, y entonces empezó a tener una perspectiva, un deseo, una voluntad que no procedían de Dios, ni estaban en Dios, ni eran para Dios, sino que procedían del yo, estaban en el yo y eran para el yo. En lugar de amar las cosas que veía y experimentaba porque eran diversas manifestaciones de las maravillas, belleza, imagen, naturaleza, verdad, etc. de Dios, el hombre empezó a amar las cosas por razones personales, privadas y separadas. Cuando el hombre se desconectó de la voluntad de Dios, todo lo que veía muy rápidamente se convertía en un medio para un fin personal.

Este es el gran problema en la iglesia de hoy. Tenemos a muchos que ni siquiera han comenzado a salir de Egipto (es decir, de dejar la carne, el primer nacimiento, al hombre natural), y sin embargo, hablan, cantan y celebran las bendiciones de la Tierra Prometida. No han comenzado a dejar esa naturaleza oscura, muerta, esclava y contraria, pero se consideran salvos y seguros sólo porque el Señor ha COMENZADO a manifestarse a ellos en Egipto, y los llama a salir.

Decir que nosotros no tenemos que ser temerosos, cautelosos y vigilantes en nuestra condición caída, con respecto a la semilla del mal en el hombre, con respecto a nuestra inclinación natural al mal, a nuestro perverso amor por el mundo, y a la facilidad con que somos engañados y dañados por la obra del enemigo en nuestro corazón, sería un gran error. Esta intrepidez puede parecer “confianza en Dios”, pero en realidad es AUTO-confianza. La confianza en Dios es un continuo volvernos a Él, apoyándonos y dependiendo de Él, según la oración que Él nos enseñó, para que ‘Él nos guarde de la tentación y nos libre del maligno.'

La gracia es un don del poder de Dios, una medida de Su vida, luz y Espíritu, una semilla de Su reino celestial, que es dada a los hombres con el fin de que crezca en ellos, obre en ellos, los leude y cambie completamente, eliminando toda forma de mal, pecado, oscuridad y muerte, y llevando sus almas ya nacidas del espíritu y purificadas a una perfecta unión con su Creador.

Hay quienes “traen su propia versión de Dios a sus vidas”, y (tal vez sin saberlo) Lo definen y Le sirven de una manera que corresponde perfectamente con sus propias perspectivas y voluntades. Pero también, hay creyentes de corazones humildes que llevan todas sus vidas a los pies de Dios para que sean expuestas, corregidas y definidas por Él. Éstos han visto y sentido que no hay nada más peligroso que seguir sus propias voluntades; que no hay nada más espiritualmente ciego que la vista natural; que no hay nada más engañoso y decepcionante que los deseos de la carne y nada más temible que ser hallados viviendo una mentira.

La luz espiritual manifiesta a nuestros sentidos o percepción internos lo que es ESPIRITUALMENTE real. No es una creencia, opinión, idea, deducción, especulación, conclusión o interpretación que se origina en el cerebro. Es algo así como una perspectiva espiritual, o una vista interior, una conciencia o sentido dado por Dios de la verdad eterna que se levanta en el alma como un don de Dios. Creo que es correcto describirla como una medida de la perspectiva de Dios brillando en el corazón del hombre.

Uno de los grandes errores en el que casi todos los nuevos creyentes caen proviene de la incapacidad de discernir estas dos semillas al principio de nuestro viaje, y de aprender a cuál de ellas seguir y a cuál negar. Muy pocas personas hablan de estas cosas, y aún menos están dispuestas y son suficientemente pacientes para dejar que la cruz ‘entresaque lo precioso de lo vil’, antes de salir corriendo en la fuerza, sabiduría y celo de la carne, esperando grandes cosas, grandes ministerios, gran sabiduría, grandes manifestaciones de poder, amor y justicia, pero todo en y desde el hombre equivocado.

En pocas palabras, la gran mentira consiste en la creencia de que el bien existe aparte de la vida de Dios. En otras palabras, es la sugerencia venenosa de que el hombre puede ser algo, tener algo, hacer algo o saber algo que es BUENO, independientemente de la vida de Dios. Esta mentira es lo que cambia la dirección del corazón del hombre, haciéndolo volverse, anhelar y alimentarse de otra cosa.

Cuando lees la Biblia, o cualquier otro libro espiritual, siempre debe ser con el objetivo de que tu CORAZÓN se acerque a Él, para verlo, sentirlo, experimentarlo, dejar que trate contigo, te corrija, te convenza, te toque, te enseñe o cualquier otra cosa que Él quiera hacer. Las palabras no deben ser estudiadas, comprendidas y categorizadas por el cerebro. Deben leerse como una carta de amor, donde tu verdadero deseo es conocer a la PERSONA que las escribió. O tal vez como leer un menú, donde la única forma en que puedes entender las palabras y las imágenes es COMIENDO lo que describen.

Negar el yo no es el medio de salvación; sin embargo, la experiencia de salvación te enseñará que debes negar (¡y no alimentar!) los deseos de la carne. Negar el yo no es una forma de obtener algo de Dios; su único valor está en proteger Su obra, Su semilla, al cooperar con (y no estorbar) esa “gracia que trae salvación”. (Tito 2:11) Es una verdad innegable, que si tú no niegas el yo, entonces estás alimentando el yo, amando el yo, y siendo cada vez más gobernado por él. Dondequiera que se incremente el yo (es decir, dondequiera que el hombre viva en y por la naturaleza y voluntad del yo) ahí está afligiendo, apagando y resistiendo su propia salvación al aferrarse a la naturaleza de la que Dios está buscando salvarlo.

El hombre tiene una conciencia, una facultad interna de sentir o descubrir el bien y el mal, y esta puede ser influenciada por el Espíritu de Dios o por otra cantidad de cosas—como por ejemplo: la forma en que somos criados, lo que vemos y experimentamos cuando somos jóvenes, lo que nuestra sociedad piensa que es apropiado o tabú, etc. Pero la luz de Cristo (la Verdad viva o Perspectiva de Dios) que brilla EN la conciencia, nos da un sentido o visión de la VERDADERA justicia y maldad (en alguna medida). Se abre paso entre nuestras opiniones y normas culturales, y muchas veces nos hace sentir cosas que están directamente en contra de lo que nos han enseñado o hemos querido creer.

El Señor aparece en un destello de luz interior, el cual, al menos por un momento, nos obliga a ver algo de Su verdad y algo de nuestra mentira; algo de Su vida y algo de nuestra muerte; algo de Su pureza y algo de nuestra vileza; algo de Su voluntad y algo de la nuestra que es totalmente contradictoria. Y esto es Su amor, porque no se puede hacer nada para ayudar al hombre, hasta que estemos dispuestos a ver qué somos y hacia dónde vamos.

La mayoría de los Cristianos se levantan cada mañana y empiezan a perseguir sus propios deseos, a vivir en sus propias voluntades, a tratar de llenar sus días y mentes de las cosas que piensan que son interesantes, valiosas, entretenidas, agradables, etc. No están viviendo realmente para Él, por Él, con los ojos puestos en Él, caminando cuidadosamente en Su presencia, ni buscando ser guiados y gobernados por Su Espíritu en todo lo que hacen, dicen y piensan. Y debido a esto—es decir, debido a que sólo están viviendo SUS PROPIAS VIDAS en sus PROPIAS VOLUNTADES, todo el tiempo—no saben a qué llamarle bendición o a qué llamarle maldición. No saben a qué llamarle disciplina de Dios, o simplemente decepción terrenal.

El hombre no tiene poder en sí mismo para dejar su condición caída; PERO, tiene total libertad para unir su corazón y su voluntad (en amor y sumisión) al poder que viene de Dios, o al poder que viene de Satanás. Repito, el hombre NO es la fuente de este poder, vida o justicia. No puede producirlo más de lo que puede crear una estrella. Pero cuando el poder de Dios aparece, agita y revela una medida de verdad en él, entonces el hombre es enteramente libre de “amar Su venida”, amar la luz, estar de acuerdo con lo que es manifestado, y así RECIBIR el poder para ser hecho una nueva creación.

Una cosa es saber que Cristo es la Palabra de Dios, y otra es experimentar la Palabra implantada de Dios (es decir, la comunicación y manifestación viva de Dios) quitando realmente de nosotros todo lo que es contrario a Él en nuestro corazón, mente y pensamientos, y revistiéndonos con una naturaleza enteramente nueva. Los Cristianos a menudo quedan cortos aquí, satisfaciéndose a sí mismos con confesar y profesar lo que realmente no poseen.

Tu relación con Dios es la realidad de Dios viviendo en ti. Es la propia vida de Dios—una semilla de Su naturaleza, luz, poder—plantada en el alma del hombre caído, dada con el fin de que crezca, llene y reine en tu alma caída, transformándola en un templo limpio para Su presencia y gloria.

Cristo viene a transformarte, no a informarte. Muchas personas adoran Sus palabras, pero aborrecen Su naturaleza cuando aparece (poco a poco) como un juez y maestro en sus corazones. Aman lo que Él dijo, pero crucifican lo que Él ES cuando Su luz exige que se conformen a Su imagen. Y cuando no amamos, ni seguimos ni nos sometemos a Su luz, entonces ésta avanza sin nosotros, siempre en dirección a la Tierra Prometida, y somos dejados atrás, caminando en círculos en el desierto, discutiendo sobre Sus palabras.

En el transcurso de nuestras vidas Cristianas, experimentar el juicio y reconocer lo que Dios condena en el hombre, está tan lejos de ser algo malo, que realmente puede ser llamado un increíble regalo del amor de Dios. La razón de los muchos malentendidos sobre este asunto se debe simplemente a que el hombre quiere ser libre de la condenación, sin experimentar la libertad de la naturaleza que está condenada.

Hay una gran diferencia entre la diligencia o esfuerzo para someterse cuidadosamente a la obra de Dios y cooperar con ella, y el esfuerzo por producir una obra por cuenta propia. El esfuerzo de nuestra parte nunca es para producir vida, luz, justicia o crecimiento espiritual, sino más bien para someterse diligentemente a lo que viene de Dios y obra por Su poder; y también para vivir cuidadosamente de tal manera que nuestras vidas en el cuerpo, y nuestro tiempo en este mundo, no batallen contra el propósito de Dios para nuestras almas.

Esta es tu condición. Esto es lo que actualmente sientes, y lo que todos pueden sentir si están dispuestos a volverse a la Voz que los reprueba. Sientes que algo se agita y se mueve en ti que es bueno, y puro, y vivo, y que se complace en hacerte conocer y realmente encontrar y seguir a Cristo. Y sin embargo, sientes algo más en ti que es muy diferente, muy contrario, muy grande y que está bien alimentado. ¿Qué son estas dos cosas? ¿Por qué luchan dentro de ti?

Una de las principales razones por las que los cristianos no experimentan un verdadero cambio de corazón es porque simplemente no aman ni se someten a la Luz de Cristo en sus primeras y más pequeñas manifestaciones. Esperando algo más grande o grandioso, pasan por alto las convicciones de la luz de Cristo que exponen la verdadera condición actual de su corazón.